Las haciendas
El
reparto de tierras entre los conquistadores para su explotación agropecuaria
fue el punto de partida de esta propiedad que, con el paso del tiempo, dio
lugar a una acumulación de tierras como símbolo de prestigio y poder dentro de
la sociedad colonial, acrecentando el dominio de los mayorazgos. A finales del
siglo XVI la Corona comenzó una política de revisión de las propiedades
acumuladas de forma ilegal, que se habían producido a través de la ocupación de
tierras que aparentemente no tenían propietarios, tierras de nadie, e inició su
venta por medio del sistema de “composiciones”. Esta fórmula supuso en muchos
casos la devolución de las tierras, mediante un pago que regularizaba la
situación, a los propietarios ilegales, que habían sido obligados a entregarlas.
Otra forma de devolución de estas tierras por parte de conquistadores y
encomenderos fue la “restitución”, generalmente realizada a la Iglesia, que,
con estas aportaciones, y las donaciones de particulares se convirtió en
propietaria de múltiples y extensas haciendas, que sólo en algunas ocasiones
fueron consideradas como tierras de uso común.
La
mano de obra procedió de la población indígena, sustituida o complementada en
algunas áreas por los esclavos negros. El trabajo forzoso establecido por turnos,
como la mita, dependió del corregidor de indios, autoridad indígena que actuaba
en los pueblos de indios, como intermediario entre la población y las
autoridades coloniales.
Las
primeras haciendas se formaron en torno a los núcleos urbanos y se dedicaron a
su abastecimiento, pero rápidamente se fueron ampliando con la introducción de
cultivos importados como la caña de azúcar, la vid, el olivo y los cereales, y
el aprovechamiento de los locales como el algodón, el tabaco o la coca, con
criterios mercantilistas. La eclosión de los centros mineros dio paso también a
una producción de las haciendas basada en el abastecimiento de estas sedes.
De
gran raigambre en el continente americano, el término "hacienda" toma
distintos nombres de acuerdo con la región donde está ubicada y tiene pequeños
matices que las diferencian. Unas veces será fundo, chacra, estancia o
granjería, otras haciendas propiamente dichas y en el caso de la agricultura
exportadora tropical se conoce como plantación. En el área andina, está
relacionada históricamente con la permanencia de grupos indígenas que
usufructuaban parcelas comprendidas dentro de sus terrenos.
Algunos
autores identificaron el origen de la hacienda con la concesión de encomiendas
a los conquistadores en el siglo XVI, pero investigaciones históricas
demuestran que la Corona española no otorgó inicialmente derechos sobre la
tierra, sino que les asignó un número determinado de nativos para explotarlas y
recoger los tributos, concediéndoles una parte de la producción a cambio de su
cuidado e instrucción. Más tarde se otorgaron encomiendas a descendientes de
conquistadores y a órdenes religiosas; lo que se sabe con certeza es que la
primera hacienda en América siempre comprendió terrenos y una asignación de
mano de obra o peonaje.
Desde
el siglo XVII, las encomiendas entraron en crisis como consecuencia de la
despoblación indígena, y en algunos casos la Corona resolvió prescindir de los
encomenderos y negoció directamente con caciques indígenas. Los cabildos y los
virreyes otorgaron granjerías y estancias para la agricultura y la ganadería
como consecuencia de la actividad minera, el aumento de la población española y
la formación de centros poblados. Su objetivo fue abastecer de todos los
productos a los núcleos de población. La hacienda “por amparo” tuvo su origen
en la ocupación de tierras baldías, o de las que no estaban bajo dominio de
ninguna persona o de ningún pueblo, legalizada con posterioridad mediante un
pago a la Real Hacienda: el ocupante solicitaba el amparo o título protector a
cambio de contribuir con dinero o especies al rey.
Otra
forma de adquisición de haciendas fue la venta por la Corona de las tierras que
abandonaban los indígenas al morir o emigrar a otras provincias. Ello favoreció
la formación de grandes extensiones donde se establecieron haciendas ganaderas,
mientras los naturales eran reducidos a centros poblados, y se limitaba la
extensión de las chacras o milpas que tenían hasta entonces para su propia
explotación. Otra fórmula para la consecución de grandes extensiones de tierra
fueron las uniones -legales o no- con hijas de los indígenas, en especial de
los caciques, lo que permitió a los poderosos incorporar tierras a la propiedad
privada española y de los criollos americanos. Estos adquirieron tierras en
América por merced, adjudicación o venta y remate de los terrenos baldíos o
realengos, pero hubo un tercer tipo de propiedad sobre la tierra, el comunal,
en forma de ejido, tierras propias de la ciudad o resguardo indígena. En este
caso, se trataba de la concesión por la Corona a los indígenas de tierras que
les habían pertenecido y les devolvía, pero no con título de propiedad, sino
mediante una cesión limitada que exigía una regalía y que impedía cualquier
tipo de enajenación.
La
estratificación social del imperio incaico facilitó el establecimiento del
sistema de hacienda. Los naturales no mostraron demasiada resistencia porque el
pago de tributos y la prestación de servicios gratuitos no eran nuevos para
ellos, las obligaciones ya no estaban destinadas al inca sino al rey de España.
En todo caso, con el paso del tiempo, las haciendas tendieron a poseer los
elementos necesarios para autoabastecerse. [...]
La
existencia de diferentes variedades regionales resulta muy ilustrativa. En las
tierras que constituyeron el Nuevo Reino de Granada se establecieron las
encomiendas y luego el repartimiento de tierras con la obligación de vivir en
ellas y explotarlas. La tierra era abundante y las adjudicaciones comprendieron
grandes extensiones. Por lo general se repartían varias “peonías” o
“caballerías”. Una caballería constaba de cinco peonías, lo que equivalía a
unas 700 hectáreas, para la siembra y tierra de pastos dedicados al
sostenimiento del ganado. Como existía un gran desconocimiento del terreno los
linderos quedaban inciertos, factor que originó que los propietarios en poco
tiempo multiplicaran su extensión. Las haciendas que en un principio tenían
esas 700 hectáreas más tarde contaban fácilmente con 20.000 hectáreas; el
resultado fue el establecimiento de grandes latifundios. El crecimiento
incontrolado de las haciendas y la disminución notable de la población indígena
obligó a los propietarios a conseguir mano de obra, introduciendo los
trabajadores africanos. [...]
Las
tierras costeras del Pacífico donde existieron grandes latifundios que se
transmitieron de generación en generación desde el siglo XVI o mediante
compra-venta, dieron origen en el siglo XVII a la hacienda como unidad
productiva. En este proceso es preciso distinguir dos tipos: lo que se conoce
generalmente como hacienda era una propiedad rural, con un solo propietario que
explota la tierra con el trabajo de esclavos y una limitada inversión de
capital y cuya producción está destinada al mercado local; por otro lado, la
gran hacienda o plantación, dedicada al cultivo y proceso de la caña de azúcar,
requería una fuerte inversión, y daba cabida a cientos de trabajadores para
lograr un mayor rendimiento ya que sus productos estaban destinados a cubrir
las necesidades de mercados internacionales. De la misma forma que se crearon
estas haciendas en la parte noroccidental de Suramérica, aprovechando las
buenas condiciones del terreno y el clima para el cultivo de la caña de azúcar,
ocurrió en todo el Arco Antillano y en las islas del Caribe. El establecimiento
de los grandes cultivos y los ingenios en Cuba y La Española generaron una gran
prosperidad. Como consecuencia se incrementó el comercio exterior y el
contrabando. Aparecieron simultáneamente las haciendas productoras de tabaco que
aprovecharon la feracidad de las tierras y el esfuerzo de los trabajadores para
obtener lo mejor de las plantas. No fue menor el éxito de las haciendas
dedicadas al cultivo del café y el cacao, que se lograron introducir como
productos de consumo básicos, tanto en las grandes casas de los hacendados,
como en la mesa del esclavo negro.
Otro
tipo de hacienda fue la que originó el repartimiento de tierras a los
religiosos que atendían a los indígenas, terrenos en distintos lugares de
América que debían explotar, autoabastecerse y enseñar el cultivo de las
plantas a los naturales. La comunidad que logró tener el mayor número de
hectáreas de tierra en todas las audiencias con haciendas prósperas
perfectamente organizadas fue la de los jesuitas. Para lograr el trabajo de los
indígenas los jesuitas les enseñaron, de acuerdo con su compromiso, a cultivar
la tierra con métodos que consiguieron el máximo rendimiento. Parte de la
producción se destinaba a suplir las necesidades de la comunidad. Más adelante
dividieron la tierra en dos, el campo de Dios, que trabajaban en común y el
campo del hombre, que estaba dividido en parcelas, con trabajo individual no
negociable. Todas la herramientas e instrumentos de trabajo eran de propiedad
colectiva, y estudiaron las particularidades de cada zona y aplicaron los
métodos más adecuados. En el Brasil, en la región de Pará, consiguieron
organizar un centro exportador de productos como el cacao, vainilla, canela,
clavo y resinas aromáticas. Mantuvieron a los indígenas dentro de sus propias
estructuras comunales para que buscaran ellos mismos la cooperación voluntaria.
Organizaron, además, la explotación extensiva ligando las pequeñas comunidades
que se encontraban diseminadas en esa extensa zona. No se aplicó ningún método
coercitivo. Se conseguía despertar el interés del nativo, se creaba la
necesidad de un nuevo producto y se establecía un vínculo de dependencia que no
permitía que el indígena se desligara. Las haciendas de los jesuitas constituyeron
un gran emporio y las utilidades se destinaron en gran parte a sostener los
colegios y misiones de la orden. Además de la magnitud de las actividades
tenían un hábil sistema de interrelación entre las distintas unidades
económicas con miras al mercado. Con el fin de vender sus productos en los
principales centros de consumo, relacionaron entre sí las haciendas de manera
que los ganados o los productos pudieran ser llevados desde sitios muy lejanos
en un itinerario por jornadas sucesivas con paradas en haciendas de su
propiedad.
El latifundio
Propiedad
territorial de gran extensión, parcialmente dedicada a la agricultura o la
ganadería, típica de las sociedades tradicionales donde una clase de
terratenientes posee una gran parte de las tierras útiles y disfruta de elevado
prestigio social y decisivo poder político. El latifundio en Latinoamérica ha
adoptado la forma de haciendas, hatos, estancias, etc. El latifundio puede
coexistir con el minifundio, conformado por parcelas de muy reducidas dimensiones
en poder de campesinos independientes.
El
latifundio conlleva la existencia de grandes extensiones de tierra ociosa, no
cultivada. Esto ha originado grandes tensiones y conflictos sociales cuando el
crecimiento de la población exige más producción de alimentos y reparto de
tierras. Estos problemas han llevado a revueltas campesinas en Hispanoamérica,
revueltas que han forzado o impulsado la necesidad de reformas agrarias para
repartir la tierra y hacerla más productiva.
REFERENCIA:
Fernández, J. (s.
f.). Las haciendas y el latifundio. Hispanoteca. Recuperado 19 de agosto
de 2020, de
http://www.hispanoteca.eu/Hispanoam%C3%A9rica/Haciendas%20y%20latifundios.htm