Los orígenes de la
gran civilización conocida como el Imperio Bizantino, puede ser enmarcada a
partir del año 330 d.C., cuando el Emperador romano Constantino I decidió
erigir una “nueva Roma” bajo los cimientos de una colonia griega en Bizancio.
Aunque la mitad occidental del Imperio Romano se derrumbó y cayó en el año 476
d.C., la región oriental logró sobrevivir durante 1000 años más, generando una
rica tradición en el arte, la literatura y las ciencias, y sirviendo como un
resorte militar entre los estados de Europa y el cada vez más amenazante
continente asiático. El Imperio Bizantino finalmente llegó a su fin en el año
1453, tras la irrupción del ejército otomano durante el reinado en
Constantinopla del Emperador Constantino XI.
El término
“Bizantino” deriva de Byzancio, una antigua colonia griega fundada por un
hombre llamado Byzas. Ubicada en la región europea de El Bósforo (acceso
directo entre el Mar Negro y el Mediterráneo), el sitio de Bizancio fue
concebido en un principio para servir como punto de tránsito y comercio entre
Europa y el Asia Menor. En el año 330 d.C., el Emperador Romano Constantino I,
eligió Bizancio como el sitio donde sería erigida la nueva
capital romana, Constantinopla. Cinco años antes, en el Concilio de
Nicea, Constantino había establecido el cristianismo como religión oficial de
Roma (antes considerada una secta judía de origen oscuro). Los ciudadanos de
Constantinopla y el resto del Imperio Romano Oriental, se identificaron
fuertemente como romanos y cristianos, aunque muchos de ellos hablaban griego y
no latín.
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