El Imperio bizantino le sobrevivió casi 1000 años, pero aun así el nombre de Bizancio aparece irremediablemente ligado al de Justiniano I el Grande, el emperador que, con la mirada puesta en Occidente, acertó a llevar el esplendor a Oriente y convertirlo en el siglo VI en un ejemplo de prosperidad.
Nacido
en 482 en Tauresium, Iliria, en la península balcánica, Justiniano llegó a
gobernar Bizancio gracias a la ambición de su tío, que se proclamó emperador
con el apoyo del ejército y lo nombró heredero. Al ser coronado, en 527,
Justiniano tenía como objetivo restaurar la gloria del Imperio romano. Su
política vino marcada por un intenso programa de mejoras sociales muy
transgresoras, guiado por la inteligencia de su esposa y principal consejera,
Teodora de Bizancio.
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